jueves, mayo 16, 2019

La Dama de Ébano

¡Muerte! Ese era el grito de guerra, mientras todos corrían hacia el enemigo con un mismo fin, matar al Rey. Las caballerías habían perdido toda caballerosidad, y blandían, y mordían, y todo se volvía húmedo y profundamente escarlata.

Sin si quiera imaginarlo, la Bruja se alzó sobre el Castillo, era su momento perfecto para acometer con un gran y terrible mal. Deberían entonces interceder los magos, pero no estaban ni cerca, y sin mediar explicación, el pobre muchacho dio un paso al frente, temerario o loco, héroe o víctima. ¡No!

¿Por qué hacía algo tan tonto?, había quedado completamente expuesto a la Bruja, sin que nadie le protegiera y sin si quiera poder escapar de ahí. ¿Por qué no podía escapar? Quería huir lejos y entonces comprendió algo que ya venía suponiendo, pero que se resistía a aceptar. Definitivamente no controlaba sus movimientos, sus acciones ni su vida.
No tenía memoria, no sabía por qué estaba ahí, no sabía quién era, nada sabía.

¿Era un niño o se lo había imaginado? Un eco del pasado le gritaba que efectivamente fue un niño, un niño que alguna vez fue bien amado.

La Bruja lo miró directo a los ojos, sería su próxima presa, sin duda, y luego seguiría con todos los demás como él.

¡Quiero a mi mamá!

Ese grito inocente se ahogó ante el desacompasado fragor de la cruenta batalla. La Dama Negra le hirió de muerte, descabezándole, y sin saber cómo, llegó a un ataúd, porque era un cajón de madera, como son los ataúdes, ¿no?

Allí, botado por la desidia de una circunstancia ni tan azarosa, no supo distinguir si estaba en su cama, en su casa, durmiendo con una parálisis de sueño o si el Rey ebanista le tenía preparada alguna otra sorpresa aún peor, como una revancha más sanguinaria y eterna.


FIN