Ese dolor de cabeza, ese que rompe
las sienes, ese, no paraba. Con el desayuno ya servido, Ana se
despidió de su hijo Luis, que como un volador de luces salió corriendo
con su mochila, y un débil "chao, mamá" se perdió en el
umbral.
Cual zombi,
ella terminó su café y partió al teatro, el teatro dónde era la dramaturga principal,
con la extraña sensación de olvidar algo y no saber qué, pero un dolor de guata le advirtió que era algo
importante, muy importante.
Desde las
sombrías butacas escuchó una voz grabe que le preguntó "¿Trajiste a Molly?" Entonces, ese dolor de
cabeza se liberó como un corcho, y recordó la mochila y el evanescente "chao,
mamá".
- ¡¿Dónde está Molly?!
- En casa – titubeó Ana –.
- Tienes 40 minutos para traérmela. No estoy
jugando. Tu familia o tú. ¿Entiendes?
Ella
corrió a casa y mientras corría llamaba a su hijo, pero éste no le respondía.
Las lágrimas se le escapaban como cataratas desbocadas.
Cuando
entró a casa recibió la tan ansiada llamada de su hijo.
- Vente ya, Luis. Necesito tu mochila.
- Es que mamá, recuerda…
- Ahora no, no tengo tiempo...
Miró el
reloj, era verdad, no lo tenía.
- Mejor vente al teatro, te espero en la entrada
– más tarde se cuestionaría esta decisión –.
- Pero... – hubo un largo silencio y unos
murmullos – no puedo.
- Nada de eso, sí puedes. ¡Es urgente!
¡¿Entiendes?! – Lo dijo como si el adolescente pudiera
adivinar por qué –.
Hubo más segundos
de tenso silencio, en que casi se podía oír el corazón agitado del chico.
- – Al final los murmullos cesaron – OK mamá, ya
voy.
Colgaron en
el momento en que ella se enjugó los ojos y decidió regresar al teatro.
- ¿Y Molly?
- Ya, ya. Mi hijo la trae.
- Adiós a tu tic-tac,
fui muy claro, ¿no?
Se congeló
entonces el espacio-tiempo, mientras una gota de sudor no terminaba de caer y un
clic metálico indicaba una pistola que se armaba.
- ¡¿Mamá?! – gritó el hijo desesperado desde una
entrada languideciente –.
- ¡Luis, vete de aquí, corre! – fue su última
epifanía e iluminación –.
Se escuchó
un disparo y otros tres más, para luego dar espacio a unos haces rojos que entraban
por todos lados.
- ¡Mamá!
Luis
corrió hacia ella y ambos se abrazaron entre lágrimas y sollozos, rodeados de
unos abultados cuerpos reptilianos
que destilaban unos líquidos verdes, pegajosos y muy apestosos.
Un hombre de negro los llamó. “Vengan, miren
esta lucecita y estarán bien. Mañana, les dolerá un poco la cabeza.”
FIN