Iba tomado del pasamanos cuando de pronto en Santa Lucía una mano vieja, huesuda y con uñas negras se instala al lado de la mía.
Fue al iniciar la marcha que sentí una mirada penetrante y como si un torbellino de energía vital escapara de mi persona. No me atrevía a mirar, y es que en verdad no podía ni moverme. Mis fuerzas se iban.
Llegamos a La Católica y no era capaz de escapar de allí. Recordé la novena revelación y me dí cuenta que estaba al lado de un vampiro de energía.
Con las pocas fuerzas que me quedaban moví mi mano libre al primer botón de mi camisa y esperé a que el carro se detuviera, lo desabroché de golpe y saqué a relucir mi cruz de plata de San Andrés. De inmediato la bruja corrió la mirada y me liberé.
Empujé al gordito de al lado y salí por la puerta. Alcancé a sentir el roce de una chuleta que me lanzó pero ya estaba a fuera. Me dí vuelta para ver a la bruja que por la ventana me miraba y reía.
No me pude contener y le hice un patoyañez que le borró la risa de la cara. Pero no era suficiente, necesitaba una venganza mayor, así que a penas se puso en marcha el tren lancé rápidamente un escupitajo hacia adelante y hacia la ventana.
La bruja cambió de cara rápidamente y abrió unos tremendos ojos hasta que el escupo le cayó en la cara y la quemó.
He meditado mucho sobre esta escena y creo que tengo una explicación física, al acelerar el carro la bruja vio como si el trayecto del escupo se curvara, claro al acelerar el carro el movimiento del escupo parece ir cada vez más lento y parece curvarse. Esto la sorprendió, la mantuvo fascinada y lo recibió de lleno.
Me dió mucha risa y lo celebré saltando, pero duró poco, el tren se detuvo de golpé y comprendí que debía correr. Así lo hice, empujé, pisé y corrí-corrí.
Nunca más ví la bruja, pero antes de volver al Metro voy a conversar con mi tía Machi, vamos a emparejar las cosas, bruja ctm.