Juan, estaba muerto pero su cerebro tenía la típica actividad residual. Desorientado y todo se dio cuenta de que estaba en la morgue.
El necrófilo, el tanatólogo, ingresó acompañado de su ayudante.
- Vamos lávalo rápido, tengo muchas cosas que hacer.
Juan sentía correr el agua o lo imaginaba.
- Está listo doctor.
- Bien, vete y déjame terminar a mí.
Abominación, terror, estupor y odio, fueron las terribles emociones de Juan. El necrófilo era el ser más repugnante del planeta.
Quería irse, quería ver la luz, pero no. Sentía, si es que eso era posible, todas las aberraciones que sufría su cuerpo inerte.
Había enloquecido.
- Miguel! He terminado de examinarlo, ya hice el informe!
- Doctor, quiere que lo vista para el crematorio?
- No, déjame esas piltrafas y llévatelo pronto.
Juan no se calmaba, seguía en una espiral de furia. A pesar de que ya iba dentro de un ataud logró conectarse con algo nuevo, mientras más rabia sentía una ligera vibración se transmitía a la madera. Al principio no se dio cuenta, lo confundía el movimiento del vehículo.
- Venga por acá, ya tenemos listo el crematorio.
Juan sintió cómo el ataud se ubicaba sobre las llamas y sufrió un inmenso calor. Y tal vez era su imaginación pero le ardía cada vez más profundo hasta que un dolor indescriptible lo hizo explotar.
Eso fue, el ataud explotó y Juan liberó toda su ira. Sin saber como, regresó donde el tanatólogo que aun jugaba con su ropa.
Su espíritu ardía, la combinación de todas las emociones brutales más el fuego mismo lo llevaron a un estado de plasma.
Juan se acercó por detrás y abrazó fuertemente al necrófilo hasta penetrar su cuerpo y fusionar los espíritus.
El tanatólogo dio un grito que resonó por todos lados y Miguel que dormía despertó espantado. Sin saber qué sucedía acudió a ver a su doctor que ardía en llamas. Tomó el extintor pero no hubo caso, se quemaba por dentro, hasta que se convirtió en polvo.
Pero al final no hubo Luz, Juan se perdió en la ira y se llevó al necrófilo con él.