- Historias de cafe... ¿cuantas habrá?
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- La soledad y el café se hacen buena compañía. Y en ocasiones se forma un triángulo con quién sirve el cafe...
O tal vez sea un puente para unir a dos almas, de estas que deambulan por el mundo.
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- Sírvame otro café, por favor.
Mientras esperaba en la mesa, el mareo volvió, pero esta vez era más intenso, y sería el último. Poco a poco, la tasa se desvanecía, los sonidos se alejaban, todo se apagaba y se hacía más distante...
- Listo, aquí está... señor, ¿se siente bien? ¡Señor! – pero él ya se había ido, aunque su cuerpo seguía ahí.
Todo se veía como un sueño, nada era muy claro, todo era más bien confuso pero sin dudas. La chica del café había vuelto, la miró a los ojos, y le dijo “siéntate”. Ella se disculpó al principio, pero ante su insistencia y afabilidad acepto:
- Bueno, pero un ratito nada más; mi turno aún no termina.
- Hace cuanto que nos vemos?
- Serán, dos años?, desde que llegué aquí.
- Sí, es verdad, ya han pasado 2 años, ¿por qué no salimos?
- ¿Ahora?
- No, después, yo me termino mi café y tu terminas el turno, y de ahí ¿nos vamos a tomar un trago juntos?
- No puedo, tengo novio.
- ¿Y lo vas a ver ahora?
- No, él no está, viene a fin de mes.
- Entonces salgamos ahora, es sólo un trago – sus intensos ojos, y su suave sonrisa, lograron aquello que desde hace 2 años, nunca se había permitido-.
- Bueno, pero me queda una hora más todavía.
- Y yo aún no termino de leer las noticias deportivas; anda que yo te espero.
Al intentar leer el diario, éste le evitaba, no se leía, no aparecía.
- Va pero que extraño. Esto no puede ser, no creo que sea un sueño, es demasiado real, pero... - su mano tembló, pues intentó leer el menú, y tampoco le resulto – ¿Estaré dormido? – Se pelliscó, y sintió dolor, pero era soportable, era anulable; ya no le dolía -.
Mientras la chica del café corría hacia el dueño del café, para llamar a la ambulancia, él se levantaba, la tomaba de la mano, y salían juntos, por un pasillo que no conocía, pero que a cada paso se hacía más cálido, más tranquilo. Algo le hacía pensar que ella, jamás lo dejaría.
El Sibarel