sábado, noviembre 15, 2008

Dragón Rojo


Antes, en esos tiempos donde la historia está perdida, existió una singular especie de dragón. Era del tipo serpiente voladora, de una envergadura de 9 metros; pero lo que lo hacía realmente especial, era su color.

Lo curioso, es que nadie puede asegurar realmente cuál era su color, los relatos al respecto difieren mucho, salvo en la especie indicada, sus características de dragón, y su historia...

La Princesa Yamamín, descendiente de Bel'Al Saban, de la dinastía de Ur, sabía que no siempre su familia fue de la realeza, conocía bien su historia, la del joven y pobre Mesabel, quién tuvo que trabajar por mendrugos, para poder dar sustento a su familia, y que durante el lustro de las tinieblas, fue capaz de vencer al poderoso dragón que tanta desgracia les trajo. Por sus hazañas y heroimos, por el joven e inocente corazón que conquistó, obtuvo un reino.

¿Qué fue de esos tiempos, donde bastaba el "valor" de un hombre para obtener el cielo? ¿Qué fue de esos dragones, es que acaso todos murieron?

Sus paseos matutinos, frente al lago, le permitían entrar en una y otra divagación. Tantas eran sus ansias de saber, tanto era su candor, que ese perfume irresistible de mujer terminó por despertar de su largo sueño al último dragón.

Era una mañana de primavera, la hierba estaba húmeda por el rocío y Yamamín camina descalza, recitando aquella letanía que su madre le cantaba... las aguas empezaron a provocar olas, ¿olas en un lago, cuando no había viento? Ella, de curiosa, se levantó el vestido, y humedeció sus pies en el agua. Se trataba de una burbuja de aire gigante, que emergía del centro del lago, y ella fascinada se levantó aún más el vestido, mientras el agua subía por sus rodillas.

Las burbujas aumentaban y aumentaban, y el dragón emergió. Ella pensó correr, pero soltó su vestido, y sin importar como éstos se empapaban avanzó hacia el dragón. La poderosa bestia, que recién despertaba, se volvió hacia ella, pero su furia se calmó al contemplar aquella esplendorosa figura.

Mirar por primera vez, es amar, aquello desconocido que se nos manifiesta en toda su magnificencia, en toda su naturalidad, sin vidrios que nos aparten y restrinjan nuestra libertad. El dragón lentamente se agachó, cerró sus fosas nasales y llegó hasta algunos centímetros frente a la cara de Yamamín. Ella muy sobreexcitada, con el corazón tratando de escapar de su pecho una y otra vez, no se pudo resistir, alzó sus manos, tocó su cara y le besó. Fue un beso de niña, fue un beso sobre el labio superior del dragón, pero es que nunca ante le habían besado. La bestia retrocedió.

La Princesa, estaba obsesionada, quería tocarlo, acariciarlo, se le acercó una y otra vez, pero el dragón huía, retrocedía y más se hundían. Tal vez fue el peso del animal, o el movimiento que liberó ramas y algas, pero como fuera, la princesa tropezó, algo enredó sus pies, y se precipitó al fondo.

El dragón, no entendía qué pasó, al ver que la niña no subía, se sumergió. Toda aquella espléndida sonrisa que antes le había besado, ahora reflejaba un profundo horror, aquel que tantas veces había visto en el rostro de muchos hombres que mató. Sin poder detenerla, se ubicó bajo ella, pero fue en vano, su cuerpo escurría, ya o tenía vida. En su último intento, la cogió con sus fauces, y entonces pudo salir a la superficie.

La escena fue vista, por un guardia que buscaba a la princesa. Éste jamás pensó que aquel dragón que cargaba en su boca a la doncella, era un salvador. Sin pensarlo lanzó tres flechas, y ninguna falló. La joven, tuvo un último momento de lucidez, cuando vio por última vez a su dragón rojo, que con los ojos en lágrima se recostaba a su lado. Así los encontró el Rey, y mandó colgar al guardia, al ver con qué delizadeza su hija sujetaba la cabeza del dragón.

El Sibarel