- ¿Aló?... sí, ¿qué tal?, ¿cómo has estado? Ha pasado casi un año en que no hablábamos.
- Bien creo, nada importante en realidad – su tono de voz denotaba algo de duda -. ¿Y tú cómo éstas? ¿Ya más tranquilo?
- Yo estoy bien. ¿Por qué la pregunta?
- Bueno... me imagino que debes estar afectado... triste <
- No te entiendo, ¿de qué me hablas?
- Por el accidente de ayer... tu señora.
- A ver... no entiendo nada. Ayer no pasó nada. Mónica y yo estamos muy bien, es más, ahora mismo va saliendo de compras al super.
- Ricardo, eso no puede ser. Ella murió ayer, por ir de compras al supermercado <
- Espera, ¿de qué me hablas? Ella acaba de cerrar la puerta, supongo que la escuchaste.
- Sí, oí que se cerró una puerta, pero no puede haber sido ella. Tengo en mis manos el diario de hoy donde sale su foto, y tu relato del accidente <
- Sabes, tu broma ha ido demasiado lejos. Te recomiendo ver un siquiatra; seguro que él te puede ayudar.
- ¡Creo que estás en estado de shock <
- ¡¿Quién te crees tú?! Este era un maravilloso día domingo, hasta que llamaste.
- Hoy es lunes, el accidente fue ayer domingo. Veo que te has quedado pegado en el pasado, ¡por favor reacciona!
- Espera, calmémonos por un momento <<¿qué era todo esto?>>. Tú no serías capaz de hacerme una broma tan desagradable como esta ¿verdad?
- Escucha Ricardo <
La comunicación se había cortado. Y una extraña sensación envolvía al antihéroe. Una mezcla de ganas de llorar sin saber por qué, algo de miedo a lo desconocido. Pánico.Sus manos empezaron a temblar. Desordenaron su pelo y su cara. Su rostro estaba tan pálido, que al reflejarse en el espejo del living le sobresaltó.
- No, no es posible. ¿Qué está pasándome?
Sin haber motivo, la foto de la chimenea cayó al piso, trizándose sobre el cuello de Mónica.
- Esto es imposible...
No hay pensamientos capaces de interpretar al destino. Y no hay tiempo para interpretarlo.Ricardo olvidó cerrar la puerta al salir. Olvidó que antes de cruzar las calles se debía mirar los semáforos, y aunque no sabía por qué realmente corría, sólo corría. No habían personas, ni menos rostros que le estorbaran, todo lo que veía era una silueta, su silueta, su mujer, su vida, acercándose conforme él corría. Ella, ajena a todo, caminaba rumbo al destino. Cada vez estaba más cerca, si gritaba con seguridad sería escuchado. Pero no podía, su garganta había quedado allá, en ese teléfono, en esa voz amiga, en tres cuadras atrás. El camión, el semáforo que ella no vio, su salto por raptarla de la muerte, el grito ahogado.
- ¡Ricardo, qué pasó!, ...
- Calla, y abrázame...
Dos cuerpos unidos en una sola armonía, un destino que no es cierto, no lo es hasta que ocurre. Gritos y llantos de peatones, aquellos que sólo aparecen cuando uno regresa de una mano de póker, con ese destino que se hace historia. Otras son sus víctimas, otros son sus deudos. Pero para los cuerpos en armonía, nadie más existe, sólo ellos. Sin hablar, él la levantó en sus brazos, sin hablar ese beso se prolongó hasta regresar al principio otra vez.
Tras la puerta quedó el dolor ajeno. Y frente a ellos otro teléfono que sonaba sin parar.
- ¿Aló? ¡Marta, qué sorpresa! Justamente quería hablar con Alexander, le debo…
- Ricardo… Alex murió ayer, junto con nuestro hijo, durante mi… parto.
- Yo no sabía lo del parto, pero… si yo acabo de hablar con… <<>>, discúlpame ¿qué pasó?
- Me siento muy sola, no creo poder hablar de eso ahora, su pérdida me tiene destrozada.
- Espéranos, vamos para allá. Quizás ya no puedo hacer nada por él, salvo darle las gracias de algún modo. Siempre fue mi amigo más leal, pero jamás pensé que pudiera serlo tanto <
- No comprendo, ¿de qué me estás hablando?
- <
El Sibarel, inmortal