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domingo, mayo 07, 2023

Muñeco de Aserrín

Cuando morí mis cenizas fueron a una urna y ésta a la chimenea de mi casa.
Un día recuperé la conciencia y allí estaba yo, sentado sobre la chimenea, sin poder moverme. Yo era un muñeco de aserrín; así es como se sentía la propiocepción de mi cuerpo, pues no tenía músculos ni huesos y menos tendones.
El tiempo parecía infinito, pero de pronto ingresaron mis padres, quienes abrazándose lloraron frente a mí. Y aunque intenté decir algo, ninguna palabra fue capaz de salir de esa urna de metal.
Así funcionaría mi vida, si a eso le podíamos llamar vida.
Un buen día, aunque en este caso debió ser uno muy malo, mis padres no volvieron.
Otro día... Apareció mi madre, llorando a mares y vistiendo un riguroso luto. No tardé mucho en entender lo que sucedía y mi desesperación no ayudó en nada, hasta que oí una voz familiar.
- ¿Joaquín? ¿Qué haces ahí?
- ¿Papá? Yo...
- Ven.
- No puedo, no sé cómo salir.
Mi padre se acercó a mí y me extendió los brazos. De inmediato mis brazos aparecieron y de un jalón me bajó de la chimenea.
- Vamos.
Fuimos hasta mi madre y la abrazamos para darle un beso en cada mejilla.  Ella dejó de llorar y una sonrisa se pintó en sus labios. Esta fue la primera vez en 20 años que la ví sonreír otra vez.
- Hijo, debemos irnos.
Mi padre me abrazó y caminamos hacia una luz tan brillante que el Sol era una simple sombra. Y ese fue mi último recuerdo de la vez que fuí un muñeco de aserrín.

Sibarel... No creo en brujos Garay...